domingo, 3 de junio de 2012

Llamada a llevar la fuerza del Evangelio al corazón de la cultura

Creo que, tanto la educación en general, como la educación católica y la evangelización en particular, tienen el desafío de "encarnar" el mensaje en las culturas hacia las cuales se dirigen.
Libertad, Santiago del Estero.
Abordo ahora una segunda cuestión. Como decía recientemente a los miembros de la Comisión bíblica, «el término "aculturación" o "inculturación", además de ser un hermoso neologismo, expresa muy bien uno de los componentes del gran misterio de la Encarnación». De la catequesis como de la evangelización en general, podemos decir que está llamada a llevar la fuerza del evangelio al corazón de la cultura y de las culturas. Para ello, la catequesis procurará conocer estas culturas y sus componentes esenciales; aprenderá sus expresiones más significativas, respetará sus valores y riquezas propias. Sólo así se podrá proponer a tales culturas el conocimiento del misterio oculto y ayudarles a hacer surgir de su propia tradición viva expresiones originales de vida, de celebración y de pensamiento cristianos. Se recordará a menudo dos cosas:
  • Por una parte, el Mensaje evangélico no se puede pura y simplemente aislarlo de la cultura en la que está inserto desde el principio (el mundo bíblico y, más concretamente, el medio cultural en el que vivió Jesús de Nazaret); ni tampoco, sin graves pérdidas, podrá ser aislado de las culturas en las que ya se ha expresado a lo largo de los siglos; dicho Mensaje no surge de manera espontánea en ningún «humus» cultural; se transmite siempre a través de un diálogo apostólico que está inevitablemente inserto en un cierto diálogo de culturas;
  • Por otra parte, la fuerza del Evangelio es en todas partes transformadora y regeneradora. Cuando penetra una cultura ¿quién puede sorprenderse de que cambien en ella no pocos elementos? No habría catequesis si fuese el Evangelio el que hubiera de cambiar en contacto con las culturas.
Los catequistas auténticos saben que la catequesis «se encarna» en las diferentes culturas y ambientes: baste pensar en la diversidad tan grande de los pueblos, en los jóvenes de nuestro tiempo, en las circunstancias variadísimas en que hoy día se encuentran las gentes; pero no aceptan que la catequesis se empobrezca por abdicación o reducción de su mensaje, por adaptaciones, aun de lenguaje, que comprometan el «buen depósito» de la fe, o por concesiones en materia de fe o de moral; están convencidos de que la verdadera catequesis acaba por enriquecer a esas culturas, ayudándolas a superar los puntos deficientes o incluso inhumanos que hay en ellas y comunicando a sus valores legítimos la plenitud de Cristo.
Fuente: Catechesi Tradendae - "Catequesis Tradente", Juan Pablo II.

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