Libertad, Santiago del Estero. |
Abordo ahora una segunda cuestión. Como decía recientemente a los
miembros de la Comisión
bíblica, «el término "aculturación" o "inculturación",
además de ser un hermoso neologismo, expresa muy bien uno de los componentes
del gran misterio de la
Encarnación». De la catequesis como de la evangelización
en general, podemos decir que está llamada a llevar la fuerza del evangelio al
corazón de la cultura y de las culturas. Para ello, la catequesis procurará
conocer estas culturas y sus componentes esenciales; aprenderá sus expresiones
más significativas, respetará sus valores y riquezas propias. Sólo así se podrá
proponer a tales culturas el conocimiento del misterio oculto y ayudarles a
hacer surgir de su propia tradición viva expresiones originales de vida, de
celebración y de pensamiento cristianos. Se recordará a menudo dos cosas:
- Por una parte, el Mensaje evangélico no se puede pura y simplemente aislarlo de la cultura en la que está inserto desde el principio (el mundo bíblico y, más concretamente, el medio cultural en el que vivió Jesús de Nazaret); ni tampoco, sin graves pérdidas, podrá ser aislado de las culturas en las que ya se ha expresado a lo largo de los siglos; dicho Mensaje no surge de manera espontánea en ningún «humus» cultural; se transmite siempre a través de un diálogo apostólico que está inevitablemente inserto en un cierto diálogo de culturas;
- Por otra parte, la fuerza del Evangelio es en todas partes transformadora y regeneradora. Cuando penetra una cultura ¿quién puede sorprenderse de que cambien en ella no pocos elementos? No habría catequesis si fuese el Evangelio el que hubiera de cambiar en contacto con las culturas.
Los catequistas auténticos saben
que la catequesis «se encarna» en las diferentes culturas y ambientes: baste
pensar en la diversidad tan grande de los pueblos, en los jóvenes de nuestro
tiempo, en las circunstancias variadísimas en que hoy día se encuentran las
gentes; pero no aceptan que la catequesis se empobrezca por abdicación o
reducción de su mensaje, por adaptaciones, aun de lenguaje, que comprometan el
«buen depósito» de la fe, o por concesiones en materia de fe o de moral;
están convencidos de que la verdadera catequesis acaba por enriquecer a esas
culturas, ayudándolas a superar los puntos deficientes o incluso inhumanos que
hay en ellas y comunicando a sus valores legítimos la plenitud de Cristo.
Fuente: Catechesi Tradendae - "Catequesis Tradente", Juan Pablo II.
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