Como la hiedra
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Libertad, Santiago del Estero. |
Al admirar la frondosa hiedra que adorna el jardín, comprendemos que
ha crecido como lo ha hecho gracias al apoyo firme que le brindó la
pared que cubre. A la vez que le proporcionaba sustento, ese muro oponía
resistencia a su desarrollo. En otras palabras, al limitar y ordenar el
que podría haber sido su crecimiento anárquico, la pared permitió que
la hiedra se elevara en lugar de reptar a ras del suelo.
Durante su reciente visita a Buenos Aires, Fernando Savater volvió a
glosar esa metáfora que, a propósito de la educación, utilizó hace un
tiempo en su libro El valor de educar. En uno de sus párrafos señala:
"Los niños crecen en todas las latitudes como la hiedra contra la pared,
ayudándose de adultos que les ofrecen juntamente apoyo y resistencia.
Si carecen de esa tutela, no siempre complaciente, pueden deformarse
hasta lo monstruoso".
Esta es, tal vez, una de las síntesis más logradas acerca de la
esencia de la tarea que enfrenta quien asume la responsabilidad de
educar a niños o jóvenes. Lo es porque conjuga los dos elementos que
definen toda educación: el apoyo resistente. Apoyo porque educar es,
ante todo, alentar, estimular el crecimiento, entusiasmar. Pero ese
apoyo es inseparable de la resistencia que es imprescindible ofrecer
para educar, tarea que –como afirma Savater– no siempre complace.
Apoyar limitando, estimular guiando, ésas son las condiciones
esenciales que debe respetar quien encara las etapas precoces de la
educación. Cuando, como en estos tiempos, aceptamos que los recién
venidos al mundo no sólo no requieren apoyo de los adultos, sino que
hasta llegamos al absurdo de sostener que somos nosotros quienes debemos
aprender de los niños, destruimos el principio mismo de la educación,
que consiste, precisamente, en brindarles esa compañía inicial que les
permita introducirse en un mundo que ya está allí cuando ellos llegan.
Hoy, la convicción de que el mundo comienza cada día, con cada nueva
generación, está haciendo imposible todo esfuerzo serio de enseñar algo.
Por otro lado, se generaliza la idea de que la educación es una
imposición intolerable sobre la libertad del otro. En lugar de pensar
que constituye un requisito, una etapa para poder ejercer plenamente esa
libertad, se sostiene que la coarta. Por eso es que la absurda
tolerancia actual, la cómoda resignación ante la dificultad de enseñar,
el horror ante la necesidad de hacer respetar reglas, no oponen
resistencia alguna a las personas, lo que las deforma hasta lo
monstruoso. Lo mismo que le sucede a la hiedra cuando carece de apoyo y
de límites.
Nuestra rápida retirada de la responsabilidad de cumplir la función
de adultos –el muro que apoya y limita– es lo que explica mucho de lo
que sucede en la sociedad actual. Creciendo como organismos salvajes,
abandonadas, sin reparos firmes, las personas exhiben hasta con orgullo
sus deformidades; entre ellas, la ignorancia producto de nuestro
desinterés. Ser padre o maestro –en otras palabras, intentar educar–
supone estar ahí durante el período de formación; como la pared, apoyar,
ejerciendo una resistencia incómoda, antipática, poco agradable.
Implica brindar, como también afirma Savater, ese "apoyo resistente,
cordial pero firme, paciente y complejo que ha de ayudarlos a crecer
rectamente hacia la libertad adulta. En esencia, los mayores representan
para los hijos o los jóvenes algo muy poco simpático que es el tiempo,
la necesidad, la tradición. Son testimonio del hecho de que, de alguna
manera, nadie viene al mundo a iniciarlo, sino a soportarlo y, si acaso,
a intentar mejorarlo. Si puede". Educar a una persona es apostar a que
podrá hacerlo.
Fuente: Guillermo Jaim Etcheverry.